"Si no existe reparación histórica, no es mi recuperación".

martes, 7 de junio de 2016

Exprimiendo limones: "Exhorto" (Artículo inédito escrito a petición de la AEN)






Exhorto 

Un día, hace muchos años, y de forma bastante súbita, las personas más cercanas de mi entorno se alarmaron por mi estado. Las ideas que expresaba, mis comportamientos, mi lenguaje verbal y corporal, no tenían sentido ni coherencia para ellas. Previamente a que se confirmara lo que eran sospechas y atribuirle a mi estado un origen patológico, observaban que vivía una experiencia muy intensa, plagada de emociones de las que desconocían el motivo, que se manifestaba en comportamientos e ideas de carente, desconocido o falso significado para ellas, teñida a momentos de miedo o de un sufrimiento intenso, a los que, por no acertar a encontrar motivos concretos, una lógica argumental “válida”, desconocían como contribuir a poner remedio, aliviar o acompañar. Para todas estas personas fue una situación de completa incertidumbre. Se enfrentaban con un proceso, una experiencia humana, que no es que viniera a poner en evidencia tan sólo su falta de conocimientos, que les generara dificultades de relación y sesgos atribuibles tan sólo al “estigma”, palabra de la se ha abusado tanto, y que en realidad nos transmite la idea de una mancha difusa, y de la que no acertamos a desmenuzar o analizar el pigmento, y que se atribuye por lo general únicamente a la “ignorancia”. 



La locura en general, es una manifestación muy antigua, sobre la que tomamos conciencia y comenzamos a aprender y a adquirir cultura ya en la infancia. Ha cuestionado a todos los saberes humanos y ha obtenido multiplicidad de respuestas. No ha sido interpretada, afrontada, ni atribuida o representada de forma única o uniforme por las sociedades, que la han juzgado o valorado de forma muy diversa en relación a interpretaciones, sistemas, conjuntos de creencias... Investigada, reflexionada, estudiada y representada desde un abanico muy amplio de perspectivas y disciplinas, con un largo patrimonio y una variada aportación de manifestaciones, ha ocupado distintas posiciones en las comunidades y a menudo ha cumplido funciones utilitarias al servicio involuntario de múltiples intereses, desde el ámbito más privado a la organización de las sociedades. En nuestra noción de la locura, en nuestra gestión de la locura, de lo particular a lo colectivo, no sólo se interponen la falta de habilidades, de capacitación, de familiaridad, la “ignorancia”, el “estigma”... Si no un sistema entero, una construcción laboriosa y compleja, sedimentada más que sobre el desconocimiento sobre la destrucción, la manipulación y el olvido o el bloqueo de lógicas de relación esencialmente humanas, instintivas y de sentido común a la hora de acercarse al sufrimiento, al dolor, a lo incomprensible, a lo extremo, a lo dislocado... y el aprendizaje de otras, aparatosas, inútiles e inhumanas, cimentadas por corrientes ideológicas basadas en mitos, falsedades, teorías infundadas; corrientes científicas que promueven que la producción de la locura no tiene sentido, y se aplican en silenciarla, mediante la segregación, el exceso de química... Que niega que los discursos de la locura sean dignos de escucha o para los que exista interpretación, que contengan verdad alguna o información relevante que ayude a la comprensión o identificación de causas humanamente razonables, impidiendo e incluso desaconsejando que la razón establezca diálogos con la sin razón, o que el loco reflexione, verbalice, hable, relacione, tome parte activa en encontrar interpretaciones sobre las que las que reconstruirse. Se edifican mediante la difusión de prejuicios e ideas erróneas, convenientemente preservadas por el tabú y el miedo, y que se traducen en el ámbito comunitario en un conjunto de opresiones y discriminaciones sobre las personas que sufren, y que contribuyen a empeorar el tránsito por la experiencia tanto de estas como de su círculo íntimo, siendo sentenciadas y marcadas de por vida. Y finalmente, en la aprobación y normalización social de las prácticas de coerción, que se aplican de forma transversal apelando a la necesidad extrema, la inexistencia de alternativas, o a su función preventiva o terapéutica, como ocurre en el ámbito de la psiquiatría, que cuenta aún entre sus técnicas con el uso habitual de la contención mecánica, atar a las personas, una de las expresiones más tangibles, simbólicas o metafóricas más representativas del fracaso y la impotencia de la especie humana frente a la locura, que despoja de dignidad a todas las partes implicadas: quienes la aplican, quienes la reciben, quienes la presencian, quienes la toleran, quienes se inhiben, quienes argumentan sobre su condición “imprescindible”, o sobre quienes silencian u ocultan la existencia de alternativas posibles.


Las prácticas de coerción en general, contribuyen a la retraumatización de la persona y son maltrato evidente. Una vez se producen, se quiebran las bases esenciales para establecer vínculos saludables, relaciones humanas de calidad, las terapéuticas o cualquier otras. En relación al ámbito de la salud, al mismo tiempo que se conmina a la persona que enloquece a que deposite su confianza en personas que están preparadas para cuidarla, acompañarla e intervenir aportando soluciones a sus padecimientos en espacios especialmente diseñados para ello, si “es necesario”, se recurre al encierro involuntario y el aislamiento, se la obliga, se la somete, se la violenta, se la fuerza, se la despoja de sus derechos, a menudo se la engaña, se la presiona para que acepte determinadas prescripciones, se le aplican tratos desconsiderados, técnicas y tratamientos que son percibidas y vivenciadas como torturas o castigos, doblegándolas mediante el uso de la violencia, generando violencia, en toda una puesta en escena que sitúa en un lugar prominente a la violencia, el uso del poder y la fuerza, empezando por el propio contexto espacial de las unidades de internamiento y su funcionamiento, instalaciones y organización, que aluden de hecho, de continuo, a la violencia. Una vez tienen lugar estos episodios, se presupone que la persona y/o su entorno comprenderán que se actúa en todo momento basándose en qué es lo mejor para ella y la mismas manos que ordenan o aplican estos métodos, que establecen esta forma indeseable de relación, serán tendidas ofreciendo ayuda, apoyo, cuidados... Todo esto, al mismo tiempo, convive con un discurso que promueve la integración de la persona loca en una sociedad que la maltrata y que aprueba y legitima o se inhibe ante gran parte de ese maltrato. Para relacionarse en lo humano, no se precisan saberes clínicos. Y hemos perdido totalmente la espontaneidad, el sencillo recurso de nuestras brújulas internas, la naturalidad. Tras la inquietud y el estupor, cuando mi entorno concluyó que los indicios apuntaban a la “pérdida de la razón”, al “clásico enloquecer”, al “enfermar grave y de forma crónica”, se acentuó la determinación de “urgencia” y les sobrevinieron toda clase de temores, entre ellos a lo irreversible. Afrontaron invadidas por la angustia, el miedo, la inseguridad, el nerviosismo.., con la inmediata, instintiva, y tácita resolución de discreción absoluta, desestimando por inútil, imposible e incluso perniciosa para mí, mi participación en la toma de decisiones, evitando por las mismas causas e improcedencia valerse de los cauces habituales de la comunicación humana, estrechándola, al contrario, opacando la mecánica de sus interacciones, debates, decisiones e intervenciones, el momento de actuar individual y colectivamente para manejar esta situación nueva y encontrar la mejor solución a su alcance, todo ello comprensiblemente influidos por toda una cultura, inadecuada y contraproducente, largamente instalada y profundamente arraigada en el imaginario colectivo de nuestro conjunto social, y que encuentra un caldo ideal en el capitalismo tardío, en el neoliberalismo salvaje, su escala de valores y sus políticas, que abocan a relaciones de escasa calidad, que apuestan por soluciones caras, individuales, que benefician a las grandes corporaciones de la industria farmacéutica, más interesada obviamente en enfoques que contemplen la locura exclusivamente como la expresión de un cerebro “enfermo”, que reste importancia, niegue o difumine otras posibles causas más que las “medicables”, que hagan hincapié en la necesidad del uso de drogas psiquiátricas a largo plazo o de por vida, y que ofrezca como resultado la cronificación, y no la recuperación y el bienestar de las personas.


En aquel momento crítico, yo ni tan siquiera me sentía “enferma”, pero mi familia me encomendó a los cuidados médicos, a los que me condujo con la misma clase de fe y desesperación con la que otras recurren al exorcismo, en la ignorancia total de lo nocivo, iatrogénico de algunas de sus prácticas, e ingresé en una unidad de agudos. Fue la primera vez, pero hubo otras. En todas ellas, viví abundantemente en carnes propias y ajenas, durante el transcurso de una cotidianidad que se evita a toda costa exponer a la contemplación del resto de la comunidad, la totalidad de tratos y tratamientos que he descrito antes, y que han petrificado en mi memoria un relato interminable de situaciones lamentables, injustas, trágicas, vergonzosas, denunciables...
En el año 2012 y en el contexto de un congreso, tuve ocasión de ver, junto muchas personas profesionales y un abultado número de psiquiatras, el documental “Los olvidados de los olvidados”, una producción española que muestra la horrible realidad de las personas que sufren, por la ausencia de salud mental y el trato que se les da, en algunas zonas de África. Para ese entonces ya llevaba muchos años clamando, primero en soledad y de forma individual, lo más duro, contra una realidad espantosa que a todo el mundo a mi alrededor le parecía “normal”, justificable, y en la seguridad interna y la intuición de que existían otras alternativas que se me negó u ocultó que existieran. Luego, afortunadamente, conociendo a más personas y compartiendo con ellas, encontrando cabos de madejas, textos, referentes, dialogando sobre estas problemáticas, construyendo discursos compartidos, investigando otros enfoques, asociándonos, apoyándonos, haciendo ruido... pero aún en el desconocimiento de la existencia de nuevos modelos, otras propuestas, y de alternativas, lo que siempre era, en última instancia, cuestionado o reprochado por quienes estaban al otro lado en el debate: familia, amistades, otras personas afectadas o relacionadas y las personas profesionales. La crítica, la queja, en ausencia de acompañamiento de propuestas concretas, no se daba por válida en los ámbitos en los que era necesario. Las personas que vimos juntas aquel documental, personas de carne y hueso, ya fuera implicadas desde la experiencia y la reivindicación, o la vocación de ayuda y el oficio, nos conmovimos y vibramos juntas, compartiendo nuestra emoción, nuestro rechazo, tristeza, e incredulidad, ante la visión del horror que envuelve a aquellas personas encadenadas por los pies a los árboles, a fijaciones de hierro en el interior de habitaciones inhóspitas, permaneciendo en esta situación larguísimas temporadas, años, o gran parte de sus vidas, a las que se arroja comida o agua, como quien alimenta a un prisionero al que se desprecia y teme, aisladas por completo de sus comunidades, ante la inhibición de todas las personas y estamentos que las contemplan, y que toleran, permiten, justifican y silencian o niegan la existencia de alternativas posibles... Mismo perro, distinto collar, pensé. Un perro más pobre, un perro del tercer mundo, más sucio y esquelético. Un collar distinto, más apretado, más oxidado, pero un collar. En el debate posterior, se compartieron impresiones, y un psiquiatra comentaba conmocionado que creía haberlo visto todo y... uf.
Yo sí creo que sí lo había visto todo. Todas las personas que allí estábamos lo habíamos visto. Pero además del natural rechazo a asumir que en nuestra sociedad se proceda de forma sustancialmente similar, sobre todo cuando ejerces la profesión que tiene una gran porción de responsabilidad en que así sea, se suman una serie de mecanismos que impiden que identifiquemos o tomemos conciencia del parecido que existe entre ambas realidades, la suya y la nuestra. Y que supongo que son los mismos que pueden confundirnos hasta el punto de concluir que resulta más saludable e higiénico y mucho menos repugnante, comerse un BigMac, que alimentarse de alguna clase de insecto, o tomarse una coca-cola, en lugar de un cuerno rebosante de leche de vaca mezclada con sangre. Atar personas es atar personas, aquí y en África.


Después de aquello, continué en la lucha conjunta, y poco a poco, con la participación e implicación de muchísimas personas que nos hemos ido sumando, uniendo, compartiendo, en nuestro estado y a lo largo y ancho del planeta, a través de la generosidad y solidaridad de las gentes, a base de mucho trabajo, esfuerzo e implicación, y con la ayuda de la inestimable herramienta que ha supuesto internet, se han podido ir rompiendo las barreras del aislamiento, del idioma, ir revirtiendo la atrofia y la ceguera, y aportando una luz que ha terminado poniendo bajo su foco a las vergüenzas desnudas, y que ilumina nuevos caminos que nos llenan de esperanza. Ahora ya conocemos alternativas. Conocemos modelos ajenos al médico. Sabemos que existen países en los que, aunque se trate bajo el modelo médico, no se utiliza la contención mecánica... Gracias a ello hemos recargado las baterías, en la determinación de seguir luchando, reivindicando, trabajando, difundiendo, y reclamando. Y cooperando en la implantación, experimentación, traslado o implementación de otros modelos, otras formas de relacionarse, afrontar, acompañar, y resolver las experiencias de sufrimiento psíquico, las vivencias de realidades no consensuadas, y la rica diversidad de vivencias, no por inusuales menos humanas. En la construcción de entornos y comunidades sanas, respetuosas y capaces de evitarlas o acogerlas, aprendiendo a convivir y relacionarse con ellas, sin necesidad de segregarlas, de forma que se garanticen a las personas que las experimentan sus derechos, su dignidad, su integridad, y el reconocimiento pleno de su condición de igualdad.


En Enero del presente 2016, se dio el pistoletazo de salida a una campaña en Italia, el país vecino, que tiene como objetivo la abolición del uso de las contenciones “mecánicas-terapéuticas”, atar a las personas a la cama, y lograr que se prohíban su uso y esta práctica, por ley. Una campaña largamente diseñada, y que por desgracia se apoya entre otros en un hecho lamentable. La muerte de Franco Mastrogiovanni, después de haber sido recluido y atado a la cama durante 81 horas, tras las que falleció, en un hospital público. El personal hospitalario no se percató del fallecimiento de Franco hasta la mañana siguiente, y la autopsia practicada, relata heridas de dos centímetros de profundidad en sus muñecas. A esta muerte le siguió un juicio en el que fueron condenados seis médicos, y absueltas doce enfermeras, por considerarse que cumplían órdenes. Históricamente, a menudo ha tenido que derramarse sangre de inocentes para que se produzcan la sensibilización, la movilización, la implicación social necesaria, que impulse la consecución de logros, derechos, garantías sociales... aunque a veces no basta, lo estamos viendo en nuestro estado con el asesinato constante de mujeres a manos de un sistema, el patricarcado, su ideología, el machismo, y sus verdugos, hombres impregnados de esta cultura y que mantienen relaciones con ellas. En nuestro país, no tenemos a un Franco Mastrogiovanni, y espero que no lo tengamos nunca, que no le toque a nadie jugar ese papel, que no sea una de mis amistades, que no sea yo misma, que no sea necesario para abrir un debate que implique a todas las partes, y para que estas se comprometan a trabajar colectivamente en la eliminación de esta y otras prácticas de coerción, como objetivo específico, y en definitiva en propiciar todo un cambio cultural en relación a la locura, que es el ambicioso y honesto objetivo general al que humildemente debemos aspirar.


El relator especial de la Asamblea de las Naciones Unidas, realiza un exhorto a todos los estados a: “Imponer una prohibición absoluta de todas las intervenciones médicas forzadas y no consentidas, sustituir el tratamiento psiquiátrico forzoso por servicios en la comunidad, que deben hacer hincapié en otros modelos distintos al modelo médico en salud mental, incluido el apoyo entre pares”.
Me gustan la palabra exhorto y su acción. La exhortación apela a la buena voluntad, no obliga, no exige, no impone. Induce con palabras, razones y ruegos. Eso mismo me he propuesto yo con este texto, y por eso he decidido titularlo “exhorto”, por su intención, y porque el exhorto se abre al diálogo, al debate, a la respuesta... Nada que ver con la imposición, la coerción o la violencia.
Y lo es por si pudiera en algo inducir a las personas que lo lean, profesionales o no, a comprometerse humana y profesionalmente en la construcción de un futuro diferente, a convertirse en piezas del motor del cambio, que por urgente, ya no puede esperar.


Tengo la certeza de que algún día que no sé si veré, la sociedad adquirirá una perspectiva en la que, al mirar hacia atrás y observar las ataduras blancas, y las imágenes de las personas atadas a sus camas, en los hospitales de Madrid, Sevilla, Mallorca o Bilbao, se horrorizará como lo hicimos algunas personas en el año 2012, ante la visión de las cadenas y las ataduras africanas. 
Pensarán seguramente, que son técnicas propias de modelos obsoletos y países poco avanzados, con una pésima cultura sobre la locura. O eso espero.

1 comentario:

  1. Muy lindo!! Me hace pensar sobre los orígenes de porqué se trata así al "loco". ¿Puede ser una manera sencilla de control y a la vez de frustración frente a esta realidad que les supera emocionalmente y que termina convirtiéndose en odio hacia éste? El ser humano no quiere sensiblerías y esto a veces le pierde y se torna intransigente con el resto. Es una especie de amor-odio que se palpa hoy en nuestros días.

    ResponderEliminar